viernes, 29 de abril de 2011

Por suerte.

Se levantó una mañana. Aún no había puesto un pie en el suelo y ya había pensado en todo lo que le gustaría hacer ese día. Apartó las cortinas y abrió la ventana. Aspiró la fresca brisa mañanera y se permitió gastar unos minutos allí, apoyada en el marco de la ventana, sin hacer nada más que disfrutar de la temperatura. Sabía que de las cosas que se había propuesto para ese día, por mucho que quisiera, no haría ni la mitad de ellas. Siempre igual, quería hacer millones cosas, llevar a cabo miles de proyectos, pero no encontraba algo que realmente la inspirase a ello, algo que le motivara.

Puso la tele mientras se preparaba los cereales del desayuno. Se quedaba atontada mirando las estúpidas series que emitían una tras o otra, aunque realmente no le gustaban para nada, pero tampoco echaban nada mejor a esa hora. De manera que tenía que conformarse con las típicas series para niños en las que, capítulo tras capítulo, se repite la misma estructura: todo va a la perfección cuando de pronto, surge un pequeño problema (que en la serie parecerá todo un mundo), los personajes harán lo posible por resolverlo, siempre dando lugar a situaciones graciosas, para que poco después todo se solucione y vuelva a su perfección inicial. Tonterías. Esa perfección que te intentan vender no existe en ninguna parte, y quién diga lo contrario, miente. Cogió el mando de la televisión enfurruñada con los guionistas de esas series y cambió de canal. Las noticias. Esto por lo menos le mostraría cosas reales que estaban sucediendo en su mundo y no en uno maravillosamente absurdo.

Un atentado terrorista que ha acabado con la vida de 20 personas. Tres nuevos casos de violencia doméstica. Violaciones y pornografía infantil. Guerra. Un adolescente se lía a tiros en un instituto. Una ciudad arrasada por un tornado. Inundaciones que se llevan las casas por delante así como a las personas que habitaban en ellas. Políticos corruptos. Colas del paro que se hacen infinitas. Crisis económica. Desastre nuclear. Más guerra.

Ahora mismo no sabía qué era peor, si ver cómo el mundo se iba a la mierda o a unos cuantos adolescentes hacer el payaso. Optó por apagar la televisión. La casa se quedó en silencio. Fijó la mirada en los cereales que quedaban flotando en la leche mientras intentaba pescarlos con la cuchara. Siempre había escuchado que hay que ver las cosas bonitas de la vida, pero desde luego que tras ver esa cantidad de atrocidades provocadas por el ser humano, era difícil, muy difícil si quiera intentarlo. Se quedó reflexionando unos instantes delante de su tazón de leche, los últimos cereales estaban ya reblandecidos y apunto de hundirse. De repente, la desmotivación que había estado sintiendo últimamente, la ligera apatía que la envolvía, no le parecían más que tonterías, pequeñeces insignificantes por las que no valía la pena si quiera detenerse dos minutos. Entonces fue cuando pareció entender a qué se referían con “las cosas bonitas de la vida”. Una de las más importantes, sin duda, la suerte que tenía al poder disponer de todo el día para hacer lo que quisiera y no tener que preocuparse de que su casa estuviera inundada hasta el tejado, de que su ciudad se encontrara deshecha en escombros por ningún tornado, ni de estar en medio de una guerra provocada por el choque entre las ansias de poder y los intereses económicos. Por suerte…


Se me derriten los sonidos,
se escurren del oído, me gotean por la oreja.
Se resavalan hasta estamparse contra el asfalto
y romperse formando un charco de absurda verborrea.
Me quedaré sin saber qué es lo que decían,
aunque la verdad, no me importa.